Quienquieraquehayadicho que las antologías, sean de lo que sean, están hechas para todos, miente. Pues lo antologable y lo sublime no son, por obvias razones, genéricos. Destacar, desde su percepción más plana, implica una diferenciación inherente entre algo y sus semejantes, ser políticamente correctos está fuera de lugar, y supondría una afirmación débil del tamaño de verdades como: todos se irán al cielo, o nadie es mejor que nadie. Afirmaciones tan grandes y tan poco interesantes, que seguro están en la agenda de los que no leerán esta antología.
Por eso las utilizaremos en esta ocasión para nuestro beneficio y sin su consentimiento (el de los todos y los nadies), en aras de la justicia, porque para ser justos no hay que sinceros, hay que ser discretos, y si antes dijimos que la sinceridad nos parecía un valor casi dogmático, la justicia nos parece completamente dogmática. Esta verdad sobre la justicia se nos olvida con el tiempo, conforme envejecemos, pues nos vamos dando cuenta, angustiosamente, que todos y nadie son lo mismo, y que el único alguien consciente es uno mismo, por lo que nos vemos en la tortuosa necesidad de ser pacientes, tolerantes, diplomáticos, políticamente correctos…
Mientras redactábamos esto, volvieron poco a poco memorias de nuestra niñez (que omitimos aquí por cuestiones de espacio) cuando la verdad poco importaba, al igual que la diplomacia, y las cosas eran más sencillas: o así o así, tú decides. Así que optamos por hacer un ejercicio de sinceridad análogo en esta antología, pero con una variante por demás pretensiosa y posible: o nos lees o nos lees, yo decido. ¿Por qué? Porque mientras pretendemos ser los del poder sobre tus decisiones, y no los políticamente correctos que te preguntarán lo que no están dispuestos a escuchar, reafirmamos nuestra inocencia ante la vida y neutralizamos nuestra arrogancia: somos aún muy jóvenes, e incluso más que cuando niños, pues ahora creemos que sabemos, antes por lo menos sabíamos que no sabíamos.
Pero no por nada somos los abogados de la verdad, y vaya que labor sencilla no ha sido; darse a la tarea de objetar cada certeza y llegar al mismo veredicto, similar a las abstracciones del cielo, la muerte y la empatía, pero con un enfoque práctico, concreto y tangible: la verdad no existe, por eso abogamos por ella. Y si te parece modesta nuestra razón de vida, pregúntate: ¿qué demonios hago leyendo esto? Igual agradeceremos tu tiempo, por él no te preocupes.
Así que reiteramos nuestra invitación, si no eres alguien, es decir, parte de todos o nadie que es lo mismo, a no leer esta antología.
¿Y por qué yo decido? Porque soy hijo de mi padre. Gracias.
Los abogados de la verdad, Diciembre del 2008
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