martes, 2 de diciembre de 2008

LOS AMANTES


Cuento en el libro: Otras sombras de la luz

La galería de arte Sotheby’s, fundada en Londres en 1744, establecida hoy en New York en la esquina de Avenida York y la 72, anuncia en el cartel que llena uno de sus ventanales la bianual subasta de Pinturas, Dibujos, Esculturas y Grabados Latino Americanos, para mañana lunes 19 de mayo de 1992.

Son las doce de la noche, afuera, una lluvia pertinaz bruñe el pavimento de la avenida aún transitada. A lo lejos se escucha el barundeo de los rayos que desgajan las nubes e iluminan como estrellas fugaces las aguas de la bahía. Juan Castellanos, velador de la Galería, inicia la primera ronda nocturna a través de los diversos salones que, para su mayor seguridad, permanecen iluminados. Sus pensamientos, igual que su mirada avizora, resbalan por cada uno de los objetos de la exposición.

“Ya llevo diez años de trabajar aquí, tantas y tantas obras de arte que he visto y todavía no me entra en la cabeza cómo hay gentes que compran estas tarugadas. Bueno, aunque algunas pinturas sí las veo bonitas como esos paisajes con volcanes, aquella india abrazando el ramote de alcatraces y los charros junto al río. Los santos y las vírgenes son los mejorcitos, éste¾Juan se detiene ante una pintura oval firmada por Miguel Cabrera, titulada: “La Coronación de la Virgen”¾me gusta mucho, tiene un chingo de angelitos, y la virgen, de verdad está chula. En otras exposiciones he visto a la Guadalupana, en ésta no trajeron ninguna. Yo tengo en mi casa un cuadro de la virgencita del Tepeyac, mi vieja se la vino cargando desde México, todavía me acuerdo que me dijo: “primero dejo a mis hijos que olvidar a la Guadalupana Las vírgenes están bonitas, pero luego miro tantos cuadros y estatuas de mujeres encueradas; como que a los artistas les gusta pintar y hacer nalgas, luego, a otras viejas parece que no alcanzaron a terminarlas, hasta se parecen a los dibujos que hacían los borrachos en el excusado de “La barca de oro”, la cantina de mi pueblo.

Juan observa ahora un grupo de pinturas impresionistas.

“Estas pinturas de puras rayas, manchas muy torcidas, colores como de tormenta, y unos monos rete feos parecen pintadas por el chamuco, a éstas no las entiendo, y mucho menos lo que cuestan. Esta pareja dizque de un hombre y una mujer, sin ojos, con la cara cuadrada y la nariz como un plátano apachurrado, cuesta 500,000.00 dólares, ¡soon a babich!, no es que yo sea envidioso, mi santa madrecita me enseñó a no desear a la mujer de mi prójimo, ni las cosas ajenas, pero con ese dinero yo me podría comprar una casa, mandaría a mis hijos a la universidad, podría ayudar a tantos mojados como me ayudaron a mí mis hermanos, y hasta traerme legalmente a la runfia de sobrinos que tengo en México. Pero qué le vamos pues hacer, así es la vida; para mí los ricos están pendejos y andan miando fuera de la olla

Juan pasa a otro de los salones, deja atrás el conglomerado de pinturas cubistas. Se detiene y observa con atención un cuadro de regular tamaño.

“Esta pintura del charro con sombrero, tocando la guitarra apara la muchacha de las trenzas largas que está recargada en un agave, me recuerda a mi pueblo Atotonilco. Dice la etiqueta que lo pintó un tal Gabriel Fernández Ledesma y que nació en Aguascalientes México, ¡pues sí!, tenía que ser de los nuestros. Todavía me acuerdo de las tantas veces que le llevé serenata a Dolores, mi compadre Emeterio tocaba la guitarra y yo cantaba, desafinado pero con mucho sentimiento; así me conquisté a mi vieja. Aquí no se usa eso, en New York la vida es muy dura y peligrosa, sobre todo para nosotros los pochos, chicanos, latinos, o como nos digan. Puritito trabajo, y nomás para poder rentar un departamento chiquito como una jaula, y por allá tan lejos, que parece que para venir acá todos los días, voy y vengo de Atotonilco hasta Guadalajara; pero no me importa las horas metido en un carro del metro si conservo mi chamba. Yo soy suertudo, desde que llegué conseguí trabajo, en cambio muchos de mis paisanos andan de aquí para allá como almas en pena causando lástima, escondidos como ratas para que no los agarre la migra. .Ahora hasta los legales no encuentran trabajo. Por eso yo cuido mi chamba y no me pesa haber tenido que entrar a estudiar inglés. Fui a la escuela muchas tardes de muchos años, soy cabeza dura para aprender, pero ya entiendo y me doy a entender. Aquí en la Galería me pienso quedar hasta que me pensionen, entonces sí podré güvonear.

Juan reanuda su ronda. En el muro frente al cuadro de Fernández Ledesma, se encuentra una serie de pinturas de grandes dimensiones del pintor colombiano Fernando Botero, ante las cuales se detiene.

“Estos cuadros me dan risa, me entretiene mirarlos. Este señor todo lo pinta gordo, hasta el gato éste que le va a llegar a la sopa verde que seguro es de chícharos. A esta niñotota la puso montada en un caballito que apenas podría cargar a una tuza. Ya ni la burla le perdonó a este Cardenal con la panza de barril que le pintó. ¿No será que los Cardenales son muy tragones? Al menos el señor Cura de Atotonilco sí. Me acuerdo que cuando llegué a ir al curato a la hora del almuerzo, nomás se me caía la baba de mirar todo lo que tenía en la mesa: champurrado caliente, tamales, pan dulce, frijoles refritos, panela, salsas, cecina, tortillas recién hechas, todavía se me hace agua la boca. ¡Ah! Lo que más risa me da, y la miro mucho cada vez que hay exposiciones, es a esta vieja gorda que el tal Botero pinta a cada rato y de todas formas. En este cuadro con las nalgas al aire mirándose en un espejo; en ese otro muy encatrinada con un vestido de rayas, fumando y creyéndose la muy muy. Pero el mejor es este, el más grandote de todos , aquí la puso rete encuerada; bueno, no sé si se está vistiendo o desvistiendo porque trae un vestido arriba de la cabeza y como sacando o metiendo los brazos, pero se mira muy chistosa en cueros, sentada en una cama, con una pierna cruzada encima de la otra, las uñas de los dedos de sus pies bien pintadas, y hasta le dibujó los pelos de los sobacos y los de su pucha. Lo que más me da risa es su amante, así dice la etiqueta que se llama el cuadro. Bueno, de amantes no tienen ni madre, porque el hombrecito que está en la cama con ella está dormido. Ella se mira de esas mujeres garrudas y calientes. Con semejante viejorrona quién se duerme, sólo al ñengo se le ocurre. ¡Jijos de la jijurria el precio es de 800,000.00 dólares.

Juan permanece unos momentos con la boca abierta, luego saca de la bolsa de su chamarra una libreta pequeña y un lápiz ,y, apoyándose en su mano izquierda anota unos números.

“Yo gano ahora 1,500.00 dólares al mes, hago la cuenta y …necesitaría trabajar cuarenta y cinco años, no gastar ni un penny, para juntar el dinero y comprar “Los Amantes Es una pendejada; con 100.00 dólares me encuentro en Harlem una gorda como esa, pero viva y ardientosa

Juan termina su ronda, entra en su cubículo, saca de un cajón un termo de café, llena una taza y se dispone a disfrutar en la televisión de su programa favorito: “Variedades de media noche En el exterior la lluvia arrecia. Ahora las luces y el bongó de las descargas eléctricas se derrama como un venero intermitente. Juan no lleva ni quince minutos riendo con las picardías del conductor del programa, cuando escucha un estruendo que lo ensordece y que identifica por un rayo capturado por la antena del edificio. Las imágenes en la televisión se esfuman, las luces de la Galería se apagan. Juan se incorpora renegando en voz alta mientras masajea sus oídos.

“¡Me lleva la chingada! El rayo estuvo cabrón, hasta sentí como que tembló

A tientas busca sobre la mesa cercana a él hasta encontrar una linterna, la enciende y va al teléfono más próximo, marca un número y en su inglés mal pronunciado notifica el daño.

“Dijeron que en dos horas vienen a componer la luz, y aquí lo que dicen lo cumplen. Ahora sí voy a echarme una cieguita, después de todo, acabo de hacer la ronda; total, cuando llegue, la misma luz me despertará.

Juan se acuesta en una cama; a los pocos minutos sus ronquidos inundan la solemnidad ancestral de Sotheby’s. El hombre no es consciente de los susurros entremezclados, ruidos de pasos sobre el parqué del piso, acordes de guitarra, y finalmente los diapasones rítmicos de los muelles de una cama, que brotan de la última sala de la Galería.

Han pasado dos horas, tal como Juan lo predijo, la reaparición de la luz le hace despertar de un brinco y abrir los ojos, tanto, como la necesidad de absorber con su retina los objetos diseminados a su alrededor para ubicarse en la realidad.

“Ya llegó la luz, y oigo que ya no llueve. Me beberé un café para terminar de despabilarme. Luego haré una ronda

Juan comienza su recorrido habitual: el salón del arte religioso; el de cubismo; pinturas coloniales; pinturas y esculturas modernas. Todo lo encuentra en orden. Al llegar a la última de las salas se detiene ante un cuadro. Parpadea, abre los ojos como monedas de a dólar, da un paso al frente, se restriega los ojos, vuelve a mirar y exclama.

¾¡Pero qué chingados es esto! ¿Estoy soñando? ¿Qué fue lo que pasó?

El cuadro de “Los Amantes” luce completamente distinto a como fue contemplado hace dos horas por Juan.

“¡Shit! Esto no puede ser, la gorda está acostada en la cama con otro hombre, el ñengo ha desaparecido. ¡Válgame la Virgen santa! Un sombrero de charro está colgado en la cabecera, y debajo de la cama se mira saliendo una guitarra

Igual que si le hubieran tirado de un resorte, Juan voltea hacia el muro de enfrente: en el cuadro de Fernández Ledesma, en el sitio en donde estaba el charro tocando la guitarra, ahora sólo hay nubes agrisadas. La cabeza del vigilante semeja un cronómetro moviéndose de un cuadro al otro. Sus ojos incrédulos luchan por mantenerse dentro de sus óbitas.

“El charro se vino a enamorar a la gorda, pero ¿cómo lo hizo? Esto sólo puede ser obra del diablo, seguramente porque me burlé de él. ¡Ave María Purísima! Virgencita de Guadalupe, ayúdame, tengo miedo”.

Juan oprime una mano con la otra, luego se santigua, se rasca la nuca, se mesa el cabello, camina dos pasos hacia atrás, se detiene, mira y vuelve a mirar los dos cuadros.

“¿Ahora qué hago? En la mañana van a encontrar este estropicio y no sé cómo lo explicaré. Seguro que me van a correr. ¿ Y si me demandan? Este es el cuadro de los 800,000.00 dólares, el de los cuarenta y cinco años de trabajo. Mejor me muero. Virgencita Guadalupana, hazme el milagro de que estos cabrones se vayan cada uno a su lugar y de que aparezca el ñengo. Te prometo no fumar , no beber tequila, ni buscar viejas en todo lo que me quede de vida

El hombre detiene por unos momentos sus súplicas mentales. De pie, con las manos en actitud de oración, observa el cuadro de Botero esperando el milagro. Nada sucede.

“Virgencita, hazme caso. Mira, si me cumples el milagro, te juro que voy a México y entro de rodillas a tu Basílica

Los minutos no pasan, se quedan en los ojos, en los hombros de Juan, duros, pesados como trozos de hierro. Los hombros se enjutan, los ojos se llenan de viscosidad. Juan suspira, baja los párpados y permanece inmerso en su interior. Al abrirlos su expresión ha cambiado, una luz de esperanza los redime. Ahora habla en voz alta, con la confianza de que a quién se dirige lo escucha.

¾Estoy seguro de que la responsable de todo fuiste tú,¾señala con el dedo índice a la mujer gorda del cuadro¾estabas aburrida del ñengo y le coqueteaste al de enfrente. Así que a ti te lo pido: por favor, haz que el charro se regrese a su lugar y el ñengo a tu cama, no ves que me vas a causar un problemón, me voy a quedar sin chamba, me van a meter a la cárcel, mi esposa y mis hijos se van a quedar desamparados; ellos están tan orgullosos de mí, yo malbaraté hasta el último pedazo de mi parcela y me los traje a este país para tener una vida mejor, lo estoy logrando a base de joderme trabajando aquí cuidándolos a ustedes. Te lo suplico, qué te cuesta, regrésate a como estabas, sentada, desvistiéndote. La virgencita se me hace que no quiso escucharme, tal vez no me lo merezco. Tú tienes cara de buena persona, ¡ándale! Hazme el milagro, o peléale al diablo por la travesura que me hizo. Te prometo que ya no me voy a reír de ti.

La voz de Juan se ha enronquecido de tanto repetir su petición. Todo ha sido en vano, los dos cuadros siguen iguales a como los encontró después de la tormenta. Abatido y cansado, se encierra en su cubículo.

Ya es entrada la mañana, en unos minutos más Juan abrirá las puertas, los empleados comenzarán sus actividades. Hoy es el día de la subasta. Su cara refleja pesadumbre cuando, como es el reglamento, acompañado por el gerente hace la ronda final para entregar la Galería en completo orden. Se acercan a la última sala, Juan se alista para lo inevitable. Baja la vista y camina con pasos inseguros en espera de la exclamación de asombro de su acompañante, y con ella, la decisión de su destino. Nada sucede. Llegan a la salida, Juan levanta la mirada, se detiene en seco, el gerente sin notarlo prosigue su camino. Juan se regresa corriendo al lado de “Los Amantes

“¡Dios santo! La gorda está en su lugar y el ñengo sigue dormido.¾voltea al muro de enfrente-¾El charro regresó con la ranchera de las trenzas. ¡Me hicieron el milagro! Debes haber sido tú Virgencita de Guadalupe ¾cae de rodillas¾. Gracias, gracias, sabía que no me fallarías, tú nunca desamparas a tus hijos mexicanos. La semana entrante pediré permiso e iré a cumplir mi manda

Juan, en su euforia, no es consciente del sollozo que se aborta en la colosal garganta, ni percibe que, sobre la mejilla de la amante, se desliza una gota cristalina.

Elsa Levy

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