Erika GH Abrego
Cuando era niño había una mesa de lámina en la cocina, estaba pintada de rojo brillante. Yo me escondía debajo de ella cada que llegaba mi tía Elisa. No es que le tuviera miedo, pero era una mujer enorme a la que le gustaba probarle a sus sobrinos que ella era la más fuerte. Ella fue la primera mujer que me rompió un hueso. La otra fue mi hermana, pero yo sé que no era realmente su intención. Me perseguía, estábamos jugando fútbol y yo tenía el balón, cuando me alcanzó yo me tropecé con la pelota y rodé escaleras abajo. Mi madre siempre nos había dicho que no jugáramos dentro de la casa, pero ese día estaba lloviendo. Así me rompí la muñeca de mi mano derecha y no pude tomar apuntes por todo un semestre. Casi repruebo matemáticas.
Todos los días nos sentábamos a comer juntos en la mesa de lámina, a mi madre le desesperaba mucho que yo golpeara con los nudillos la mesa, ya que el ruido después de un tiempo se volvía ensordecedor. Años después, cuando me mude de casa de mis padres, fue lo único que me llevé conmigo. En esa mesa hice todas mis tareas escolares, desde que tenía seis años y también hice un par de experimentos culinarios y químicos fallidos. Una vez un compañero de salón me comentó que se podían hacer bombas con coca cola y un ácido (cuyo nombre no recuerdo ahora) pero que vendían en todas las farmacias. Saliendo de la escuela me fui a comprar el dicho ácido y una botella de coca cola de un litro. Realmente no explotó nada, pero la cocina quedó bañada de coca cola. Mi madre me castigó por semanas.
También, unos días después del incidente de la coca cola, me encontré con un ratón en el patio de la casa. No sé para que, pero lo atrapé. Fue fácil. Pensé que quizá el veneno que mi madre ponía todos los días en los resquicios de las puertas y las ventanas le había afectado y por eso no podía correr rápido. Creí que, como en clase de Biología, podría ver el veneno avanzar por su sangre. Sin embargo no contaba con un microscopio. No me importó y pensé que con una lupa sería suficiente. Así que abrí al ratón de par en par, como había visto en la tele que lo hacían. Con un cuchillo de cocina, mi escalpelo, le hice una abertura en el pecho al ratón. El chorro de sangre que salió del mismo me sorprendió, nunca pensé que tuviera tanta. Su pequeño corazón latía aceleradamente, pero ya no tenía nada que bombear. Se vacío muy rápido y su corazón se detuvo. Aún después de que el corazón dejo de latir, las patas del ratón seguían moviéndose, en espasmos violentos. Nunca pensé que vería morir a una persona de la misma forma que a ese ratón. Cuando llegó mi madre del trabajo, me encontró en la cocina, todo lleno de sangre y llorando. Mamá tardó mucho tiempo desmanchando la mesa y no se atrevió a servirme la comida ahí hasta un mes después.
Cuando me casé, mi madre dijo que sería infeliz. Me condenó porque Susana se embarazó después de acostarnos la primera vez. Fue una total decepción. Después de todo el esfuerzo que tuve que dedicarle a convencerla de dejarse penetrar, el puto condón se rompe y Susanita, la mujer más fértil sobre el planeta, se embaraza. Me daban ganas de matarla. Apenas teníamos 16 años. Así que a los 16 y medio me case con Susana. Ella, quizá, me odiaba más de lo que yo a ella. Después de esa primera vez, nunca quiso volver a acostarse conmigo; sin embargo si lo hicimos una última vez, ella estaba tan ida que ni se movía, pero yo, claro que lo disfrute, le cogí hasta el culo en aquella ocasión. Después de que nos casamos, descubrí que me estaba engañando con Felipe, un pendejo que iba a la misma escuela que ella. No nos divorciamos, Susana se fue antes de dar a luz. Dejo sólo un dedo, tirado sobre la mesa de lámina. Mucho tiempo después de eso, quizá 3 o 4 años, la declararon muerta y enterraron el dedo. No se que le pasó, pero sé que el dedo dejo muchísima sangre regada por la mesa. Mucha más que la del ratón.
Después de que Susanita se murió yo ya no quise regresar a mi casa. Mi madre, de todas formas, no me habría recibido de vuelta. Pero no me importó, yo estaba sólo, tenía un trabajo que me daba algo de dinero y 17 años. A los 17 años, realmente no se puede pensar en otra cosa que no sean mujeres y en sus tetas. Después de Susana, me acosté con Paulina, una prostituta del barrio, que me dejaba hacerle lo que quisiera con tal de que la dejara quedarse en mi casa por las noches.
Fue ella la que se dio cuenta del olor. Justo donde Susana había dejado su dedo, olía muy mal. Por eso Paulina no quería quedarse a comer nunca. A mí no me importa, ya me había acostumbrado. Pero lo que si me molestaba eran las moscas. Como les gustaba dar vueltas por ese lugar. Yo me acordaba del ratón muerto y pensaba en Susana, a veces, en la última vez que la vi y como se retorcía.
Paulina me dejó después de unos meses, se iba con su novio a Estados Unidos. Conocí a Margarita, una muchachita muy decente, en apariencias, pero que en la cama le gustaba de todo. Era una bendición. Y aunque nos llevábamos muy bien, tuve que decirle que se fuera de mi casa porque amenazó con llamar a la policía. Ella creía que la engañaba y con Susana. No sé cuantas veces tuve que decirle que Susana se había ido, pero ella no me hacía caso. Ella decía que Susana seguía ahí. En la cocina, debajo de la mesa de lámina.
Así que también se fue. Ella no me dejo ni un dedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario