
-¿Me eres infiel? –le pregunté a Marcelo una tarde.
-No. Jamás lo seria –respondió.
-¿Me lo juras? –insistí .
-Te lo juro –insistió.
-¿Por quién me lo juras? –pregunté.
-Te lo juro por nuestro hijo –concluyó contundentemente.
Y le creí, a pesar de que Laura me había dicho que Marcelo, mi marido, se estaba acostando con Monica, mi mejor amiga y comadre. Laura se estaba divorciando justamente por la infidelidad de su marido, así que atribuí su intriga a su despecho, que probablemente condujera a que yo también hiciera parte de su Club de las divorciadas victimas de las putas que pululan por todas partes –según lo había bautizado-. A Marcelo decidí no involucrarlo en aquel chisme y no comentarle nada; a mi marido nunca le han gustado las bajezas, y siempre se ha distinguido por ser un hombre fino.
-¡Sostén tus argumentos! ¡Dame pruebas! –dije a Laura un día que volvió a insistir en la infidelidad de mi marido. -¡Te están viendo la cara, querida, y tú como ciega! –concluyó.
Pasé una semana sin saber nada de Laura… ¡Claro!… se trataba de una intriga que no era capaz de sostener: Marcelo era completamente fiel, me lo había jurado por nuestro único hijo, y sería incapaz de jurar en vano por Marcelito, nuestro hijo adorado. Efectivamente, yo confiaba a ciegas en Marcelo, era el hombre de mi vida, un hombre amoroso y de principios inquebrantables. Además hacíamos el amor cuando menos cinco veces a la semana. ¡Mi marido estaba feliz! Y siempre apasionado inventaba formas nuevas, posiciones distintas, y nos volvíamos locos en la cama, lugar donde todo era materia de perfeccionamiento. Jamás un problema de erección, o eyaculación precoz, jamás una queja. Mis continuos orgasmos lo trastornaban, mi cuerpo lo fascinaba, y a mí el suyo. Ambos deportistas, atletas de profesión y siempre dispuestos, a Marcelo le encantaba mi elasticidad de gimnasta en la cama y a mí la suya; me encantaba la forma como se movía, y su musculatura espectacular. Alguna vez, mientras hacíamos el amor, me dijo que yo tenía una asombrosa profundidad de túnel allá en el fondo de mi vagina que lo volvía loco. También solía decir que en la cama las esposas debemos comportarnos como verdaderas putas con nuestros maridos, si queremos mantener la pasión encendida. Y justamente como puta me comportaba en la cama con mi marido; yo entraba a los “sex shops” y compraba juguetitos eróticos para ambos, y lo mismo hacía Marcelo. Me compraba ligueros, sumados a medias negras maravillosas, que tanto le gustaban. Justo ayer me sorprendió con unos divinos calzoncitos comestibles de chocolate que comió una y otra vez mientras lamía mi sexo. ¡Pobre Laura! –la recién divorciada-, no tiene idea de la pasión que vivimos Marcelo y yo en cada uno de nuestros encuentros. ¡Lo que quiere es destruir mi matrimonio!… siempre me ha envidiado.
-Tengo las pruebas, te espero en el “Vips” de la vuelta de tu casa para entregártelas –dijo Laura y colgó el teléfono.
Eran fotografías, fotografías de Mónica y Marcelo.
‘Foto 1′: Marcelo y Mónica en el coche de mi marido.
‘Foto 2′: Marcelo y Mónica besándose.
‘Foto 3′: Mi marido y mi comadre entrando a un Motel de Paso. La Escondida (para mayores datos).
‘Foto 4′: Marcelo y Mónica entrando al Motel, otro día a otra hora.
‘Foto 5′: Otro día a otra hora, Marcelo y Mónica saliendo del Motel.
-Te lo advertí pero eres demasiado inocente. Tuve que contratar a un investigador ¡que me costó carísimo! Él tomó las fotos de Mónica y Marcelo. ¿Cuándo dejarás de creer que el mundo es rosa?… no llores amiga… bienvenida al “Club…” -concluyó Laura, mientras me dejaba en mi casa hecha un mar de lágrimas como era de suponerse.
-Mañana te llamo para ver cómo sigues y nos vamos a tomar un cafecito… -se despidió mi amiga, mientras arrancaba su auto.
Mónica también estaba casada. Le llamé a su casa.
-Lo sé absolutamente todo…, así es que te diré lo que debes hacer, si no quieres que se lo cuente todo al compadre y a mis ahijados. Nos vemos a las seis de la tarde en el Motel “La Escondida”. ¿Te suena, cabrona? ¡A las seis en el Motel…! ¿Entendiste?
-Perdóname comadre… perdóname… perdóname… te lo ruego… es que… es que… perdóname… -seguía gritando Mónica por teléfono.
-¡Más te vale hacer lo que te digo, o ya sabes lo que te puede pasar! –colgué.
Llegué al Motel, pedí un cuarto y esperé a Mónica en recepción. Entró llorando e inmediatamente la conduje hacia el cuarto. “¡Deja de llorar, estúpida” –dije, y até un trapo a su boca, la até de manos y pies a aquella cama, sin poder moverse, y proseguí con mis instrucciones, mientras los ojos se le salían de las órbitas, atrapada en aquella cama.
-¡Escúchame bien!… Le hablarás a Marcelo, le dirás que lo esperas en este cuarto. Si lloras o revelas algo de esto a Marcelo, llamo al compadre y a mis ahijados ahora mismo y les cuento absolutamente todo… ¡Marca ahora! -ordené.
Laura llamó a mi marido desde el cuarto, siguiendo mis órdenes; no lloró, no reveló. Decidí soltarla, pero sin escuchar ninguno de sus argumentos. Mantuve su boca atada. Mónica estaba hecha una piltrafa, hice que se bañara mientras esperábamos a nuestro amante.
-Vas a cogerte a Marcelo como lo has venido haciendo. Mejor dicho: vas a cogerlo mejor que nunca… quiero verlo. ¡¿Te quedó claro, maldita?!
Me escondí atrás de las cortinas. Mónica recibió a Marcelo. Marcelo desvistió a Mónica, mientras escupía frases melosas tipo: “Te amo Mónica”…
“Te deseo”… “Eres la mujer de mi vida”… “Me divorciaré… te lo juro… te lo juro… te lo juro” –repetía mi marido reiterativamente.
Marcelo abrió una botella de vino, comenzaron a beber, bañó el cuerpo de Mónica y comenzó a lamerla, le lamía los pies, las piernas, las nalgas, se amamantaba en sus senos, lamía su sexo, besaba su pubis perfectamente rasurado, mientras Mónica gritaba y lloraba, lloraba y gritaba una y otra vez. Mónica hizo lo mismo, lo bañaba de vino, de sexo, cabalgaba sobre mi marido. Yo miraba sus pasos, sus movimientos, giraban como ruedas de la fortuna por la cama, por el suelo; parecían siameses, sin separarse un solo milímetro, pegados uno al otro, cuerpo a cuerpo, boca a boca, olvidándose de respirar, con la piel brillando por el sudor de sus cuerpos. Todavía no lo digo, pero comencé a humedecerme, a tocarme mientras los veía; mientras veía a Marcelo violento, gimiendo como un animal, en pleno orgasmo, gritando ¡Mónica! con el grito más gritado de este mundo, besándole los oídos… ¡No pude más!
-¿Me lo juras por nuestro hijo, desgraciado?
Intentó explicar, intentaron explicarse, gritaban, lloraban ahora impotentes, desvalidos, asustados. Marcelo se desplomó, cayó al suelo, rogó, imploró, mientras se quejaba de un terrible dolor en el brazo izquierdo. “¡Por mí puedes morirte!” – le grité. Pedía que abriéramos las ventanas, pedía ayuda, decía que su corazón no paraba de latir, descompasado, agitado, convulso vomitaba; y lo último que recuerdo es mi voz (y la de Mónica) pidiendo auxilio cuando ya era tarde, y no había Cruz Roja, ni paramédico que lo auxiliara.
-¡Está muerto! –gritaba Mónica histérica.
-¡Así mueren los mentirosos… ya te llegará tu hora desgraciada! –le respondí con el odio más odiado de este mundo.
El parte médico atribuyó el infarto de mi marido a un susto extremo: “Falla cardiaca en las coronarias por fuerte impresión, aunado a congestión alcohólica” –reportaron los médicos.
P.D. Recuerdo que primero le ponía el aceite por todo su maravilloso cuerpo, y después pasaba un soplo de aliento lento, una y otra vez por cada resquicio de su piel, demorándome, demorándolo, mientras nuestro cuarto comenzaba también a oler a chocolate, ese producto tan afrodisíaco. Por alguna razón que desconozco, aquel aceite de chocolate “Oil of love. Chocolate Mint de Kamasutra” (para mayores datos) se sentía caliente en la piel y ¡resultaba un elíxir de los dioses! ¡¿Cómo olvidarlo?!
…Y ahora me pregunto… ¿Habrá algún “Club de viudas víctimas de las putas que pululan más cerca de lo que uno espera”?
Cristina Pérez Stadelman
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